Los códigos de conducta son los documentos formales de ética empresarial más estudiados. Si bien desde siempre han existido distintos medios de regular la conducta, los códigos de ética empresariales constituyen un fenómeno reciente.
Ante esta realidad, hace falta una nueva perspectiva partiendo de una visión integradora de las tres dimensiones de la ética (los bienes, las normas y las virtudes). Si un código de ética estuviera centrado sólo en las normas y no contara con el auxilio de las virtudes, seguramente sería un documento difícil de observar.
Se comprende que este tipo de códigos han de inculcar en las personas valores morales para que ellas mismas, transformadas por esos bienes, se propongan aceptar normas y desarrollarse como personas, mediante el despliegue de las virtudes.
Cada empresa acometerá la tarea de elaborar su propio código. Este será un traje a medida de las necesidades, valores e historia de cada compañía. Implica repensar su propia visión, misión y valores. Esto se aplica tanto a las pymes como a las grandes multinacionales.
La empresa, como comunidad, ha de procurar que todos aquellos que están vinculados con ella, empezando por sus empleados, alcancen su desarrollo moral. Para eso deberá establecer políticas concretas que favorezcan el desarrollo de las virtudes, estableciendo herramientas como planes de capacitación, evaluación del desempeño unido a valores, el establecimiento de la figura del oficial de Ética y del Comité de Ética para efectuar denuncias, las auditorías, un régimen de sanciones por su incumplimiento y los sistemas de comunicación formal para transmitir el compromiso con los valores.
Finalmente, un elemento clave: la alta gerencia ha de manifestar su apoyo al código, pero además sus acciones deben demostrar un auténtico respeto por él y no un mero consentimiento superficial. La ejemplaridad de los directivos en este tema define el perfil de las actitudes de todos los demás empleados de la compañía.